Diferencia en las técnicas cualitativas y cuantitativas, beneficios e inconvenientes

Existen varios aspectos para tener en cuenta cuando hablamos de las diferencias entre investigación cuantitativa y cualitativa. De todos los elementos presentados en la tabla
2.1. del libro titulado “Metodologías y técnicas de investigación social” (Corbetta et al.,
2010:42-43) he resumido los más importantes, que son:

  1. En función del diseño de la investigación:
    o Teoría
    o Contexto
    o Implicación
    o Objeto de estudio
  2. En función de la recolección de los datos
    o Configuración
    o Representatividad estadística
    o Instrumento
    o Objeto de estudio
    o Estadística
  3. En función de los resultados
    o Exposición
    o Alcance
    Las ventajas e inconvenientes de cada tipo de investigación dependen del objeto de
    estudio y del presupuesto de la propia investigación. Si existe un amplio presupuesto y el objeto de estudio es un individuo o grupo particular (por ejemplo, banda callejera para estudiar su comportamiento y métodos de afiliación y delincuencia) la
    investigación ideal es la cualitativa. Sin embargo, si se carece de un gran presupuesto
    y el objeto de estudio es un grupo social amplio del que se desean obtener porcentajes
    de elementos (por ejemplo, accidentes de conductores jóvenes entre 25-35 años de la
    Comunidad de Madrid cuya causa fueran las drogas y se encontrasen en paro) porque
    queremos relacionar varias variables y establecer una causa efecto, lo ideal es afrontar
    una investigación cuantitativa.
    Comenzaré explicando las diferencias entre ambas metodologías desde el punto de
    vista del diseño de la investigación. En la metodología cuantitativa, la teoría que
    subyace es estructurada y lógica, basada en el método deductivo:
    “María solo convive en el domicilio con Manuel y sólo él entra y sale de casa. María
    sufre malos tratos, por lo tanto, es Manuel quien la maltrata”
    Mientras que en la metodología cualitativa la teoría que subyace es más abierta, basándose en la observación mediante la utilización del método inductivo:
    “Los gatos son un tipo de mamífero y además, en general tienen pelo. Podemos inducir, por tanto, que en general también, todos los mamíferos tienen pelo”
    Respecto al contexto donde se desarrolla, la investigación cuantitativa lo adapta al
    objetivo de estudio, es decir, manipula el entorno para obtener los datos que necesita

“El famoso experimento de Milgram, donde un falso detenido era sometido a inexistentes descargas eléctricas para demostrar el grado de obediencia de quien las provocaba, bajo el mando de un individuo que ostentaba una jerarquía superior
(Rubio, 2021). El entorno, en este caso, fue manipulado pues quien provocaba las descargas girando un mano regulador desconocía que realmente nada estaba haciendo y que los gritos del falso detenido, al que se le aplicaban los electrodos,
eran fingidos, de acuerdo con el mando superior jerárquico que animaba a aumentar la intensidad de las descargas aplicadas”.
La investigación cualitativa, en este caso, se relaciona con el entorno de forma (casi)
inocua, natural, de tal manera que el investigador se integra en el medio donde se
encuentra el objeto de estudio sin alterarlo (o haciéndolo lo menos posible).
La implicación del investigador es lejana y objetiva, aséptica en la investigación cuantitativa (por ejemplo, un análisis estadístico sobre cantidad de droga incautada en
el último año en la Comunidad de Madrid con respecto a antes de la pandemia). Sin embargo, en la investigación cualitativa, esta implicación es cercana e incluso
integrada en la propia investigación (por ejemplo, un investigador infiltrado en una banda juvenil que quiere averiguar sus motivaciones para traficar con drogas).
Finalmente, el objeto de estudio desde el punto de vista de cómo está diseñada la investigación varía de la cuantitativa a la cualitativa. En el primer caso, el objeto de estudio o sujeto es pasivo (no existe contacto con él, no participa como, por ejemplo, en las revisiones bibliográficas u obtención de información a través de registros y
trabajos publicados) mientras que en la segunda es activo (la fuente de datos y el sujeto de estudio participan activamente en la investigación).
En función de la recolección de datos, la investigación cuantitativa se diseña de una forma estructurada anterior a su comienzo y tiene un carácter cerrado (análisis estadísticos, por ejemplo) mientras que la cualitativa se diseña y desarrolla durante la investigación, teniendo un carácter abierto y desestructurado (análisis del
comportamiento de delincuentes recién salidos de la cárcel en un entorno determinado).
La representatividad estadística en la investigación cuantitativa es representativa ya que se cuenta con muestras de población para realizar el estudio (por ejemplo, porcentaje de jóvenes delincuentes que no han finalizado el instituto en un barrio de
Madrid cuya muestra representativa es de 1000 alumnos). En la investigación cualitativa encontramos que esta representatividad no existe ya que en muchas ocasiones lo que se estudia es un único caso (por ejemplo, investigación de delitos cometidos en una joyería durante los fines de semana a raíz de un aumento
significativo de los mismos).
El instrumento utilizado en investigación cuantitativa es el mismo para toda la muestra
(por ejemplo, hojas de cálculo al estudiar intención de voto de un municipio en concreto) mientras que en la investigación cualitativa es diferente para cada caso (puede ser una grabadora de audio para registrar una conversación a un individuo en la cárcel y un cuestionario que se le entrega a un compañero para facilitar la recolección de datos

El objeto de estudio desde el punto de vista de la obtención de datos varía de la investigación cuantitativa a la cualitativa. Mientras que en la primera este consiste en
estudiar variables (despersonalización del sujeto mediante elementos como edad, sexo,
número de condenas, etc.), en la segunda el análisis no se pondera por las variables sino por el propio sujeto de estudio.
Estadísticamente, la investigación cuantitativa hace un uso total de esta disciplina al basar todos sus cálculos y resultados en análisis estadísticos (por ejemplo, porcentajes
de abortos producidos por malos tratos durante el año 2022 en relación a épocas
prepandemia) mientras que la investigación cualitativa casi no utiliza la estadística para sus análisis (por ejemplo, causas de suicidio de criminales después de cometer un
asesinato en función del estrés, experiencias previas, sentimientos de culpa, remordimientos, etc.).
En función de los resultados, la investigación cuantitativa realiza una exposición relacional de los datos normalmente en tablas y gráficos, con porcentajes y estadísticas,
buscando un alcance general y extrapolable a toda la población de la muestra (por ejemplo, estudios de intención del voto). La investigación cualitativa expone los datos
de una forma más concreta, usando muy poco los gráficos y las tablas, pero sí argumentos que demuestren la hipótesis inicial en base a relaciones causa-efecto (por
ejemplo, relación entre la drogadicción y el maltrato en varones mayores de 45 años
vecinos de un barrio marginal determinado).

Espina de pez

Espina de pez

Los golpes en el portón de entrada le despertaron y al levantarse, su magullado cuerpo tropezó con los tablones que inclinados descansaban sobre la pared.

–¡Señor, aquí lo tenéis!

Un crío de poco más de siete años anunció al otro lado de la puerta la noticia que Filippo estaba esperando. Alzó la mirada con los ojos entreabiertos y sonrió.

–Al fin estáis aquí, mi querido…

Pero el envalentonado visitante que se encontraba detrás del chico, le apartó de un manotazo y cortó el torpe saludo de Filippo.

– ¿Sabes qué hora es? Dios mío, aún no ha amanecido y envías a este chacal a despertarme, ¿se puede saber qué te ocurre?

Filippo le dejó entrar y cerró la puerta en las narices del crio, que permaneció quieto durante unos segundos pues esperaba algún tipo de compensación. Finalmente, abandonó la portezuela perdiéndose en la calle mientras unos gritos escapaban de los ventanales del taller. El mismo taller que desde hacía varios meses rompió la tranquilidad de las calles de Florencia con grandes estruendos, golpes, derrumbes y polvo saliendo por las rendijas de ventanas y bajos de las puertas.

Filippo se quedó pendiente del siguiente movimiento de su amigo.

–A qué se debe esta prisa, ¿eh? Desconocía vuestro regreso a Florencia desde el desastre con el gremio de tejedores y no solo me entero de que llevas encerrado en este cuchitril durante meses, sino que osáis venid a mi casa a despertarme, ¿cómo os atrevéis?

Él sonrió y su enfadado invitado no recibió la señal con agrado, por lo que resopló como un toro bravo y giró sobre sí mismo en dirección a la puerta, hasta que un susurro le detuvo.

–Lo he conseguido.

Del enfado pasó a la sorpresa y volvió su cuerpo para mirarlo despacio: allí estaba, el artista convertido en loco cubierto de polvo, argamasa y serrín sonriendo como un payaso de circo mientras de su boca salían palabras sin sentido.

–¿Qué? –acertó a decir acercándose un poco más.

Filippo le agarró de los hombros mientras él miraba horrorizado sus mugrientas manos y volvió a escuchar: ¡lo he conseguido! Tengo la solución, ¡venid!

De pronto, Filippo agarró del brazo a su visitante y le empujó hacia el interior del taller donde caminaron deprisa, esquivando latas de pintura, cubos llenos de serrín, maderas, tablas y una multitud de objetos desperdigados. Subieron escaleras, se agacharon por angostos pasillos, abrieron y cerraron puertas a su paso. El visitante perdió la orientación pues hacía mucho que dejó de caminar entre ventanas y su alocada carrera solo era iluminada por tenues velas. A su paso, algunas se apagaban y otras tintineaban mostrando sombras aterradoras hasta que Filippo, siempre delante de él, abrió una doble puerta y una luz cegó al visitante que se tambaleó hasta el centro de una estructura circular. Cuando consiguió abrir los ojos, despegó los labios despacio, dejando que su capa comenzara a volar mientras no paraba de dar vueltas sobre sí mismo.

–Dios mío Filippo… ¿qué es esto?

–Esto, querido amigo, es lo que llevamos esperando desde que perdiéramos el concurso para construir la puerta del paraíso del Baptisterio, allá por el 1401, ¿os acordáis? Lo tuvimos ahí, en la punta de los dedos… y se esfumó.

–Han pasado casi veinte años, Filippo, ¿qué ha hecho el rencor durante tanto tiempo en vuestro interior? –le preguntó preocupado.

–Inspirarme, eso ha hecho. Mirad aquí –dijo señalando unos ladrillos incrustados en la pared –esto sujetará la cúpula de la Catedral de Florencia durante toda la eternidad, os lo aseguro y no será necesario ni armazón ni argamasa para construirla.

El invitado acarició los ladrillos y su extraña disposición.

–Filippo, ¿cómo pretendéis construir algo así sin armazón alguno? ¿habéis perdido el juicio? –preguntó subiendo y bajando los dedos al son del contorno de los ladrillos –Además, esta extraña disposición no tiene ningún sentido… ¿qué significa?

Filippo se acercó a una mesa y le mostró varios dibujos extraños de líneas que se cruzaban entre sí.

–Este es el secreto, querido amigo, la espina de pez. Observad estos bocetos: son pavimentos que examiné durante mi estancia en Roma, resistentes y duraderos. Entonces, una tarde que paseaba sobre alguno de ellos pensé que su resistencia bien podría ser aplicada en vertical y una sensación de triunfo y poder me invadió de una forma desconocida. En ese instante, decidí volver a Florencia y presentarme al concurso para la construcción de la cúpula de la Catedral… ¡venid!, os enseñaré la maqueta que he construido para presentarla a los miembros de la ópera del Duomo.

Filippo le volvió a agarrar y lo llevó a una habitación contigua donde una cúpula a escala descansaba sobre una mesa, una cúpula fabricada sin argamasa ni armazón cuyos ladrillos estaban encajados de la misma forma extraña que la gran estructura vista en la habitación anterior, siguiendo la técnica de espina de pez.

Entonces Filippo hizo algo increíble: agarró la mesa y comenzó a moverla a base de pequeños golpes en sus extremos. La sonrisa de su amigo se hizo enorme y ambos se fundieron en un gran abrazo, saliendo del taller de Filippo en dirección a la taberna más cercana para celebrar lo que ya era su gran triunfo.

Tiempo después, Filippo Brunelleschi y Lorenzo Ghiberti ganaron el concurso para construir la cúpula de la Catedral de Florencia Santa María del Fiore el veinte de marzo de 1420, cuyas obras comenzaron ese mismo año y terminaron en 1461.

En la actualidad, la cúpula de la Catedral de Florencia sigue en pie y Filippo Brunelleschi es considerado el iniciador de la arquitectura renacentista.

Homo Criminalis de Paz Velasco de la Fuente

“Y a todos los criminólogos y criminólogas que empiezan, que acaban, que están en la cresta de la ola, que están estudiando: no olvidéis nunca respetar a vuestros compañeros. Esto no es una guerra. Todos aportamos nuestro granito de arena. Estamos en el mismo barco para ayudar a la sociedad.”

Homo Criminalis, Paz Velasco de la Fuente.

Conocí a Paz cuando publicó su primer libro de divulgación científica (Criminal-mente) en la feria del libro de Madrid (creo recordar). Por aquel entonces decidí comenzar a estudiar Criminología y durante los años siguientes, a medida que iba aprendiendo sobre esta ciencia, acudí a varios congresos donde Paz participaba de ponente. Escucharla junto a varios otros profesionales significó para mi la evidencia de que había elegido el camino correcto, aunque un poco tarde. Pero algo me llamó la atención.

Los libros de Paz junto a mi cuaderno de notas de la carrera.

¿Qué tuvo “Criminal-mente” y después, “Homo Criminalis” para que se incluyera a Paz como “autora” de novela negra en listados y festivales literarios? Ni uno ni el otro pueden ser considerados novelas pues tienen un alto contenido científico. De hecho, “Homo Criminalis” contiene nada más y nada menos que 38 páginas de bibliografía. Para que os hagáis una idea, el libro “Principios de Criminología” de Santiago Redondo y Vicente Garrido contiene 68, poco menos que el doble cuando el libro de Paz tiene (en total) 491 páginas y el de Redondo y Garrido 1189. ¿Qué quiere decir esto? Que proporcionalmente, el nivel de documentación que Paz a requerido para escribir “Homo Criminalis” está a la altura de los grandes manuales que utilizamos para estudiar la carrera. ¿Y esto qué significa? Muy fácil: Paz escribe libros científicos muy buenos e imprescindibles. Sin embargo, ella hace algo diferente a otros maestros como García-Pablos de Molina o Serrano Maíllo: acercar la criminología a un lenguaje común y cercano, es decir, para todos los públicos.

Ante tal maniobra de pericia literaria, Paz demuestra ser una excelente divulgadora científica además de una profesional en sus campos y en “Homo Criminalis” nos sumerge en la actualidad de nuestro universo para poner delante de nosotros aquellos elementos que conforman el paradigma actual del crimen. El libro se centra, sobre todo, en los asesinos en serie y todo lo que les rodea (comunicación con los periodistas y víctimas, casuística, modus operandi, rasgos oscuros), nuevos grupos que en sí mismos no son delictivos, pero pueden desembocar en actividades ilícitas, pedófilos y pederastas en internet, ciberacoso, etc.

Mi biblioteca de Criminología divulgativa, aunque creo que uno se ha colado y no es de Paz.

Homo Criminalis es un libro científico, sobre todo y ejemplificante. ¿Qué quiero decir con esto último? Que sus páginas están repletas de ejemplos de casos reales, fechas, datos interesantes y muy duros, manifiestos, declaraciones. Es un compendio muy completo para todos, y para los que estudiamos esta maravillosa ciencia es un libro para etiquetar los temas de mayor interés y usarlo como referencia. Es más, yo diría que Paz ha hecho una gran labor, como dice ella en la mayoría de las tablas y gráficos adjuntos, una gran “elaboración propia” a partir de estudios, entrevistas y experiencias.

He tenido la oportunidad de conversar con Paz al menos durante los minutos que nos han prestado algún descanso en los congresos donde la he escuchado y alguna presentación de mis novelas y he de decir que me he quedado con ganas de continuar la conversación pues bajo su mirada desafiante y tímida a la vez, esconde un conocimiento y experiencia envidiables.

Algunos congresos donde Paz fue ponente.

Para terminar, solo puedo deciros que quien quiera acercarse al mundo del crimen, este es un buen libro para hacerlo y yo, leyéndolo, me he sentido conversando con Paz, estando la mayoría de las veces de acuerdo con sus palabras y otras no tanto pero siempre satisfecho de lo que estaba leyendo.

Felicidades, Paz. Otra gran “elaboración propia” para la Criminología y el mundo.

Dios salve a Texas, de Lawrence Wright

Hoy vamos a aprovechar que hace bueno y a darnos un garbeo por el condado de la mano de Lawrence Wright y su ensayo titulado «Dios salve a Texas: viaje al futuro de Estados Unidos». Y es que tal y como está la cosa por aquí, qué mejor manera de calmar los ánimos que con un buen libro sobre esta tierra, aprovechando también que Trump ya no está entre nosotros (al menos, según Facebook).

Este ensayo de casi 350 está narrado en forma de «road movie» sobre bicicletas y otros vehículos, y el propio Lawrence no estuvo solo durante su travesía. Le acompañó su amigo Steve (Stephen Harrigan) y todo comienza con un cometario sutil del propio Steve mientras ambos se dirigen desde Austin a San Antonio, subidos en una furgoneta. Y es desde esa furgoneta y después en las bicicletas donde Lawrence comienza a hilar un comentario tras otro, una idea tras otra y a presentarnos este condado tan maravilloso como apabullante, lleno de contrastes donde el blanco y el negro se confunden con todos los colores del arco iris. Un ejemplo es el comentario que he mencionado antes, donde el bueno de Steve hablaba de la suave lluvia que les acompañaba en ese trayecto y Lawrence aprovecha para decir que «la sutileza es una cualidad que raramente sale a la luz cuando se habla de Texas».

Lawrence nos muestra cada detalle del viaje encontrando lugares tan fascinantes como el Buc-ee’s situado a las afueras del New Braunfels: la mayor gasolinera del mundo con ciento veinte surtidores y un anuncio en lo alto que invita a utilizar sus aseos. Pero es que esto es Texas, amigo, ¿dónde sino vas a poder comprar hebillas enormes, botas Kevlar y todo eso que visten los vaqueros de por aquí? aunque oye, no todo son sombreros y pistolas, este libro lo demuestra.

Así continúan el viaje dejándonos como gente trabajadora, seguros de nosotros mismos y a prueba de neurosis y manías aunque como veréis, si os lo echáis al pescuezo para leerlo escuchando la NPR (según Lawrence es la radio que reina por aquí, «sedosa y urbanita») y comiendo un buen filete (recordará nuestro amigo cuando era más joven y paraban en el Lowake Steak House) también da buena cuenta de toda la locura que hay con las armas por aquí (y por allá) y los tiroteos que han dado una imagen confusa y alarmista del asunto. Y ahí también entra en política. Mucha, pero muy bien narrada.

Y es que aunque yo sea un viejo casi atado a una silla y os escriba a duras penas sobre una mesa de madera vieja, este lugar llamado Texas no es solo un sitio lleno de republicanos y tiendas de licores (sin ánimo de ofender a los republicanos ni a una buena copa de bourbon). Este condado es bastante más que todo eso y si queréis conocer un poco la realidad de ciudades clave en la historia estadounidense, como Houston o Austin, ¡maldita sea! leer este libro.

A mi particularmente me gusta, el tipo describe mil cosas como el asunto del petróleo, los presidentes que han salido de aquí, nuestra cultura en todas sus fases, el sabor del progreso que se impone, pese a lo que algunos vecinos no desearían, y el futuro. Ese futuro escrito en las páginas del The Texas Tribune como no se hace en ningún otro estado, colocando a Texas en un lugar importante.

Es un buen ensayo, la verdad. Y agradezco a los chicos del rancho @dirtyworksedit su recomendación. Son perro viejo.

Ale, ahora dejadme que se hace tarde y los cerdos no se alimentan solos.

Cerrar al salir, que se escapa el gato.

Érase un río, de Bonnie Jo Campbell

La última barbaridad que he leído de los amigos del rancho Dirty Works es «Érase un río», una novela ambientada a lo largo del afluente del Kalamazoo, el Stark. Y es que estos tipos editan maravillas como ésta novela.

Veréis, yo os cuento mientras me acomodo en el butacón delante del fuego pero yendo al grano, ¿de acuerdo?

Por aguas del Stark navega Margo Crane, una muchacha adolescente que aprende a madurar a base de golpes, recibidos nada más comenzar la novela y durante su paso por la Casa de la Marihuana y los Murray al oeste y la Casa de Michael, de Brian y la Isla Wilow hasta llegar a Heart of Pines por el oeste (los muchachos del rancho han sido tan amables de incluir un mapa dentro de la novela, para no perdernos, cosa que se agradece).

El norte se antoja caprichoso para Margo pues la situación que se genera al comienzo de ésta historia no es lo que ella esperaba. Su vida transcurría «plácidamente» hasta que tiene que salir por piernas. Podría huir hacia allí, o hacia allá pero Margo tiene dos problemas: su madre casi inexistente de la que oiremos hablar a lo largo del relato y su aversión a la tierra, lo que la obliga a recorrer el mundo sobre su amada barca La Rosa del Río.

Imagen de Lubos Houska en Pixabay 

La novela de Bonnie Jo Campbell se estructura en tres partes donde Margo deberá luchar contra los hombres que pretenden atarla a una tierra que odia y los fantasmas que jamás dejarán de perseguirla hasta que alcance su destino, que no es más que un lugar donde dormir con ambos ojos cerrados, pues Margo está obligada durante todo el relato a dejar uno abierto.

De relaciones esporádicas y sueños rotos, poco a poco Margo encontrará su camino descrito con gran detalle por la autora que, además es capaz de hacernos sentir el frío del agua y el calor del fuego. Y no solo eso: podremos ser testigos de la inmensa fauna que puebla el recorrido del rio y ser testigos de cómo Margo sobrevive gracias a tener unas pelotas más gordas que las de todos los hombres que va a apartando de su camino. Y allí, hacia el final de una decisión difícil que deberá afrontar, Margo entabla amistad con un personaje especial.

Son 348 paginas que te agarran de la pechera y te enseñan lo que es un mundo desconocido para muchos. A mí me gustó exageradamente y lo digo así ya que disfruté y sufrí con Margo, sentí el agua curtirme las botas y el dolor de ciertos momentos que suceden durante la historia donde cogería la escopeta y descargaría varios cartuchos sin pensarlo.

Para que os hagáis una idea (aunque visto lo visto, no sabría si puede ser garantía de calidad pero esta vez, si) la novela se ha adaptado al cine de la mano de Haroula Rose, directora de varias películas y documentales, entre otros trabajos. En el enlace que lleva su nombre, dirigido a su página web, podréis ver un trailer espectacular de lo que os estoy hablando.

Filmaffinity

Este libraco (de bueno, ¿eh?) podéis comprarlo por ahí o encargarlo pero en el rancho de los chicos de Dirty Works lo tenéis y no vale quejarse del precio, que mas os gastáis en cerveza barata.

Esta novela es una inversión y aquí está el enlace al libro.

Disfrutar de la novela y cerrar al salir, que escapa el gato.

Mi Rancho, mis reglas

Vientos cálidos vienen del sur para atemperar nuevos tiempos y dentro de todos los cambios que pueden ocurrir, algunos serán mas devastadores que otros. Por ello, me retiro al rancho salvaje de Woods Lane donde poder disfrutar del presente y del futuro con la tranquilidad que éstos campos ofrecen. Todos son bienvenidos pues aquí os muestro mi biblioteca que, sin ser enorme, contiene grandes joyas de la literatura norteamericana pero también europea.

La parte salvaje de Woods Lane, un pequeño pueblo al sur de Texas

Así que reabrimos el Rancho para disfrute de quien venga de buena gana, por que quién se acerque con ganas de incordiar, no espere ser bienvenido.

Este es mi rancho y éstas son mis reglas.

Sangre Azul, un policial de Susana Quirós

Conoceréis a Susana por su blog «Erase una devoralibros», y yo he tenido la gran suerte de hacerlo en persona. Es alguien que se mueve bien en los blogs literarios mediante sus reseñas y videos. Sin embargo, es de las pocas valientes que han dado el salto a este oficio de juntar letras.

«Sangre Azul» pertenece al volumen titulado «Hechos de vuestras historias» de Ediciones Labnar, un libro de edición muy cuidada y gran calidad, algo que me ha sorprendido pues el precio de lanzamiento fue muy asequible. Susana nos contó el «unboxing» y diez curiosidades sobre el relato que os aconsejo veáis con atención.

La historia comienza con nuestro protagonista, William Goldberg, un chico nacido en el seno de una de las familias más adineradas de Elveside, un lugar dividido por la riqueza y la miseria a partes iguales, donde Will no encuentra su sitio y es aquí donde comienza el quebradero de cabeza para su familia y su búsqueda de un lugar donde sentirse identificado.

Will nunca ha querido seguir los pasos marcados por su padre, del cual iremos conociendo su personalidad y posición social a lo largo del relato. Tampoco está de acuerdo con el destino que se espera de él y decide tomar las riendas de su vida convirtiéndose en policía. Después de un periodo de adaptación, Will participará en su primer gran caso, relacionado con uno de los edificios emblemáticos de la ciudad. Los derroteros de la investigación y los hechos que irán acaeciendo colocarán a nuestro protagonista en una situación delicada y comprenderá que «las apariencias» son demasiado importantes en la alta sociedad de la que quiere huir.

Susana ha escrito una historia con un principio perfecto: sobre la mesa del lector deja todos los ingredientes a la vista y será en la forma de mezclarlos, los tiempos y el modo de hacerlo lo que provocará una buena historia con un gran final. «Sangre Azul» es un relato contado por un narrador omnisciente, el cual mira desde lo alto todo lo que ocurre en las dos caras de la moneda de Elveside. Allá abajo, Susana comienza a mezclar cada ingrediente: los personajes que al principio carecen de importancia, los asuntos ajenos a la investigación, los propios de la política local… y poco a poco, el relato va tomando forma, la trama se afianza y todo encaja dejando al final de la historia un buen sabor de boca.

Susana ha escrito un buen relato, el personaje de Will conecta con el lector, sabe crear empatía. La trama es interesante y se hace corta, así que me atreveré a aconsejarla desde aquí que si un relato supera las 2000 palabras lo aparque y se plantee una novela. Sangre azul, profundizando más en la historia familiar y en la que la propia ciudad de Elveside muestra, podría haber escrito una gran novela.

¿Algo que mejorar? por supuesto, siempre se puede mejorar pero hablamos de que «Sangre Azul» es la historia que es y que Susana tiene potencial, talento y humildad suficiente para creer en sí misma como escritora. Si hay algo que mejorar, ya nos lo diremos en persona durante alguna otra presentación futura.

No quiero menospreciar a los demás autores/as de esta antología «hecha de vuestras historias» y agradezco a Jackson Bellami, Aroa R. Zúñiga, Rubén Blanes, Beh Sam, Borja Alonso, Alhama RhiverCross, Manuel Pociello, J.P. Sánchez y Laura Mars quedarse conmigo, junto a mis libros para leer sus relatos otro día. Y gracias a Ediciones Labnar por su espectacular trabajo de edición (con todo lo que conlleva) y la calidad de la antología.

Susana, felicidades 🙂

Una Navidad diferente

Tristes finales se avecinan para almas luchadoras, aquellas que amamantaron a toda una generación que hoy les veneran. Mientras tanto, los ajenos al duelo simplemente hacemos lo que mejor se nos da: atender y apoyar, dejar todo listo para que los que acompañan al rey en sus últimos días, puedan hacerlo sin preocupaciones. Cambiamos planes, creamos otros, allanamos el camino del tiempo que se empeña en desaparecer bajo nuestros pies. Así se construye una Navidad diferente.

Canción del payaso triste

Faltaba una semana para el aniversario. La muerte de su padre significó, para él, un alivio. No sólo por dejar de estar obligado a visitarle cada domingo desde hacía quince años. Sino por liberarse de un yugo forjado a base de reproches y palizas. Sin embargo, el pueblo que les vio nacer opinaba lo contrario. «¡El señor Barret! ¡Barret, el Gran Payaso!» Y es que el padre era un auténtico Clown de profesión. Hacía reír a los niños que recorrían kilómetros con sus abnegados padres para ver cómo él, el Gran Payaso, estampaba contra su cara tartas de colores, tropezaba con pelotas de goma espuma y jugaba al hula-hop con una foca drogada y sumisa.

Recordaba como su padre echaba de menos el circo ambulante cuando éste se estableció definitivamente en la ciudad. Llevar a la familia a rastras le importaba un bledo. Sus quejas, no las tenía en cuenta. Ni las amenazas con las que su esposa le recibía cada noche. Sólo vivía para sus estúpidos números ridículos y vergonzantes… y para las trapecistas. Aunque eso era otra historia.

William Barret miraba la fotografía de su padre que descansaba sobre la chimenea una noche lluviosa de abril. Las gotas torpedeaban la ventana con violencia mientras un viento rabioso bandeaba los árboles hacia un lado y al otro. Parecía que en cualquier momento se romperían, precipitándose sobre algún coche o encima de la verja de su casita en el barrio residencial de Port Mouth. Y William siempre tenía la misma congoja al verlos ladearse como juncos. Un relámpago iluminó el salón y la penumbra abandonó la estancia durante unos segundos. En ese instante,  William escuchó una canción en la planta superior. «Dios mío» susurró. El sonido provenía del altillo de la primera planta. Y sabía qué se guardaba allí arriba, una estancia que se cerró hacía quince años atrás y jamás se volvió a abrir. Pero la musiquita seguía sonando. William acudió a las escaleras y subió el primer peldaño. Su corazón palpitaba con fuerza y rapidez. Subió el segundo escalón y el tercero. La madera crujía según avanzaba como si anunciara el preludio de una visión fantasmal al fondo de la escalera. Pero llegó arriba y allí no había nadie. Tan sólo el sonido metálico y machacón de aquella cancioncita que continuaba su viaje por el aire desde el altillo.

La planta de arriba tenía cinco habitaciones, un baño inmenso y un despacho. El despacho pertenecía a Harald C. William Patterson Barret II. William siempre pensó que tal longitud en el nombre se debía más a una baja autoestima que a un título nobiliario, ya que nunca vio más de una decena de libras por la casa. Los muebles que la adornaban eran sobrios, humildes e incluso destartalados. Pero eso cambiaba en el despacho. El abuelo Harald era abogado de profesión y exigió vestir su cuartel con las maderas más exquisitas que pudieran encontrarse en Gran Bretaña. Y forró cada pared con estanterías que aguantaban libros extraños y raros volúmenes sobre temas esotéricos, de adivinación y ocultismo. Aunque poco le sirvieron las técnicas adivinatorias para ver el futuro de su hijo. Y mucho menos de su nieto.

William entró en el despacho y una presencia gélida atravesó su costado empujándole hacia delante un par de pasos. Su abuelo seguía allí. Estaba convencido de ello y, por eso, las ventanas fueron tapiadas con las mismas maderas que formaban parte de las estanterías. Allí, en medio de la estancia ocre y bajo la luz de una lámpara amarillenta, continuó escuchando la canción. La entrada al altillo se encontraba en una esquina del despacho. Tan sólo necesitaba una banqueta y la llave. Entonces William se preguntó dónde demonios estaría la llave.

Cuarenta minutos después, la encontró tras revolver la habitación y apartar de su campo de visión todos los recuerdos que, como enanos correteando por la pradera, escapaban de cada cajón y cada armario al abrirlos, tirándole del pantalón y dándole azotes en el trasero. No le gustaba recordar. Y le molestaba mucho hacerlo. Con la llave en la mano suspiró varias veces en un esfuerzo de no entrar en cólera y gritar. Tenía la esperanza de ahuyentar a los fantasmas que acababan de instalarse en su casa.

La llave accionó el mecanismo y la trampilla cayó golpeando la nariz de William. Este enarcó las cejas e increpó al trozo de madera que le marcó el puente de la nariz mientras gritaba de dolor. Cuando se calmó, decidió guardar silencio. De nuevo, la canción maldita sonando, ésta vez, con más fuerza. Subió por las escaleras que la trampilla tenía disponibles y tanteó con los dedos el interruptor que su abuelo instaló cerca de aquella abertura en el techo. Un chillido se clavó en el oído de William cuando una rata se asustó al accionar el mecanismo. Y se hizo la luz.

El pequeño desván, refugio de roedores y palomas en un tiempo donde la única ventana que existía se mantenía abierta, estaba repleto de cajas, baúles y trajes embutidos en plásticos transparentes. La visión de aquel contenido era espeluznante, como si decenas de cadáveres se mantuvieran en pie mirando a quien emerge desde el cuadrado situado en el suelo, al son de una maquiavélica canción que no paraba de sonar.

Blaithin Carmody se encontraba frente al cadáver sin pestañear. El cuerpo tumbado boca arriba, con los brazos extendidos, parecía que fuera a comenzar un vuelo sin fin mientras no paraba de sonreír.

–¿Habéis encontrado algo interesante? –dijo la Teniente de Policía Federal de Darwin, Australia.

–Nada, Teniente. Tan solo lo que usted ve: el cuerpo desnudo y la cara pintada como un payaso.

–Hay que analizar la pintura y limpiar la cara por si tuviera señales o marcas de violencia. También habrá que mirar bajo las uñas, tomarla muestras de semen, etc. Lo de siempre.

–Si Teniente. Lo de siempre.

Blaithin regresó al coche con nauseas. Al entrar, un intenso olor a pollo al curry le revolvió más el estómago. Cogió el paquete que lo contecía y salió de nuevo del vehículo en dirección a una papelera. Pero no llegó a tiempo y vomitó a escasos metros de allí. Se limpió con la manga de la camisa mientras no dejaba de recordar la cara de aquella pobre chica, pintada de blanco con el contorno de los ojos de color rojo intenso y dos heridas en la comisura de los labios. Para rematar el lienzo, el asesino le había pintado una mueca de tristeza.

El volumen de la música aumentó mientras William se acercaba hasta una caja pequeña y marrón, sin dibujos ni adornos, cerca de un caballete y un maletín de pintor. La humedad de las islas británicas no había arruinado aquel mecanismo metálico que provocó en William la aparición de más y más recuerdos no deseados frente a él. Pero ésta vez no gritó ni entró en cólera. Sin comprenderlo, sintió cierta gratificación al escuchar la música tan cerca proveniente de aquella caja que al fin localizó y pudo coger del suelo. En sus manos, una sensación inusual recorría sus venas debido a la vibración de las planchas de metal chocar con los puntos en un rodillo que giraba y giraba sin fin. Su atención se desvió en un cambio de ritmo hacia el caballete que soportaba un trapo beis. Su mano derecha se acercó y sintió el polvo en la yema de sus dedos. Tiró de él y su mirada se clavó en el lienzo. Allí, un rostro familiar se mostraba: era un retrato de su padre disfrazado de payaso, con su sonrisa triste característica. William sintió odio y rencor. Sin control ninguno sobre sí mismo, guardó la cajita de música en el bolsillo de su batín y cargó con el caballete y el maletín de pinturas. «Va a ser el mejor aniversario, Papá… ¡ya lo veras!» pensaba. También bajó varios lienzos de distinto tamaño y se instaló en el despacho. Su cuerpo le empujaba a ejecutar la venganza que tanto tiempo llevaba planeando y decidió pintar payasos tristes para colgarlos por toda la casa y romper, de éste modo, la cárcel monocromática donde se encontraba desde que murió su padre.

Al día siguiente, Blaithin recibió una llamada de su Capitán para acudir a un descampado situado a las afueras de Darwin, en una zona industrial. Allí, de nuevo, un cadáver yacía desnudo, con los brazos en forma de cruz y con la cara pintada como un payaso. Las mismas heridas en la comisura de los labios. Las mismas pinturas pero, esta vez, distintos colores.

William pintó el primer cuadro en dos días, sin comer ni beber. Ni siquiera fue al baño. Un payaso con la boca deformada en la comisura de los labios, la tez blanca como la cal y el contorno de los ojos de color negro. Cuando finalizó el retrato, cayó exhausto sobre la alfombra del despacho y durmió durante otros dos días. Y soñó estar en otro lugar, en una especie de nave industrial con una cuchilla en la mano. Y sintió tener frente a él los útiles para pintar que su padre guardaba en el altillo. Y disfrutó aplicando capas de colores oscuros sobre el rostro frio de aquel desconocido. Y sintió un placer inmenso al rajar la comisura de los labios provocando una falsa sonrisa sobre aquel cadáver. Al fin, se despertó sobresaltado y su rostro se tornó en espanto al ver lo que había a su alrededor.

Blaithin acudió a la sala de autopsias para escuchar los resultados de la autopsia a la primera víctima mientras la segunda era transportada hasta allí.

–Se trata de un varón, de unos cincuenta años, muerto por asfixia. De los exámenes que hemos hecho no hay ningún resultado reseñable. Salvo la pintura.

–¿Qué quieres decir?

–La pintura utilizada posee una mezcla extraña en los componentes no se puede comprar en ninguna tienda local.

–¿Donde la fabrican?

William observó decenas de cuadros con payasos apoyados en cada rincón del despacho. Todos diferentes y todos pintados dentro de un macabro sueño que se había convertido en realidad. De pronto, la música volvió a escucharse en el interior del altillo. Juraría haber bajado con la cajita de música pero volvió a subir para terminar, de una vez por todas, con aquella pesadilla de la misma forma que había empezado: debía deshacerse de aquella maldita caja. Al llegar al lugar donde la caja se encontraba observó un álbum de fotografías antiguas que nunca había visto antes. Y deseó haberlo dejado cerrado por siempre.

–En Londres, mi Teniente.

–¿En Londres?

–Si. También vende por internet pero, por ahora, sólo para Irlanda.

–Mira a ver que hora es en Gran Bretaña y, si puedes, llama a la empresa que comercializa las pinturas. Quiero un registro de ventas del último año, con nombres y apellidos.

William agarraba el álbum como un naufrago se aferra a la última tabla que flota sobre el océano. Sus lágrimas mojaban el anverso de su mano mezclándose con el polvo y el sudor que le producía tocar aquellos objetos antiguos. Decidió levantarse y un pequeño sobre sobrevoló sus pies. Sin mucha atención lo recogió y salió del altillo. <<Necesito beber algo>> pensó. Apesadumbrado por lo que había visto en el interior del álbum, con la cabeza gacha y los hombros pesando una tonelada, bajó las escaleras haciendo caso omiso a los crujidos de la madera. La lluvia continuaba empapando el jardín y cayó en la cuenta que, si seguía lloviendo así, los rosales que rodeaban la casa terminarían pudriéndose. Pero le daba igual. Al llegar al salón, William depositó el álbum sobre la mesita de té situada junto a un sillón de respaldo alto. Una nube de polvo surgió en la oscuridad al dejarlo caer y encendió el televisor. Él sólo veía la CNN. Era el único canal con el que se sentía rodeado de gente. Pero aquella noche no le prestaba atención. Había encendido la televisión por el mero hecho de escuchar ruido hasta que una noticia le paralizó. El vaso de licor que se llenaba en su mano izquierda se precipitó al vacío, provocando la rotura del vidrio en mil pedazos mientras William, descalzo y con yagas en la planta de los pies, caminaba dejando huellas coloradas hasta el salón. Se plantó sin pensarlo delante del televisor con la botella de Whisky en la mano derecha y, dando un trago, dejó de respirar por unos segundos. El reportero de las noticias internacionales mostraba imágenes pixeladas de cadáveres desnudos y la cara pintada como un payaso. Como los payasos representados en la decena de cuadros que aún se encontraban, solitarios, en el despacho. Agarró el álbum y volvió a mirar las fotografías. No cesaba en su asombro cuando un teléfono apareció en la pantalla del televisor. Sin dudarlo, marcó el prefijo internacional de Australia y, a continuación, el de la Comisaria Federal de Darwin.

En la Comisaria alguien cogía el teléfono sin mucho afán. Pero una frase al otro lado de la línea, tan sólo una, despertó un repentino interés en el interlocutor que corrió hacia donde se encontraba Blaithin.

–Mi Teniente.

–Ha vuelto a entrar sin llamar… ¿no puede esperar un poco?

–Mi Teniente… es por el «asesino de payasos»…

–¿Algún graciosillo otra vez?

–Creo que no, mi Teniente… éste dice que sabe quien es el culpable…

–¿Y por qué habría de creerle? –Respondió levantándose.

–Porque llama desde Londres, mi Teniente.

Blaithin corrió al teléfono y, minutos después, gritó un nombre: –¡Buscar a Barret, Williams Barret en la base de datos!¡Ahora!.

No descolgó. William le relató que había encontrado en su altillo clausurado hacía quince años, que ocurrió dos noches atrás en el despacho de su abuelo y el extraño caso de los cuadros con los dibujos exactos a los realizados sobre cada víctima aparecidos después de dormir durante cuarenta y ocho horas. La Teniente no cesaba en su asombro cuando recibió la fotografía de aquel con quien hablaba de mano de un oficial. Entonces William recordó el sobrecito que sobrevoló sus pies, allá en el altillo y lo abrió. Se trataba de una fotografía. Una postal de Darwin, Australia. William preguntó:

–El la localidad de Darwin, ¿verdad?

–Si.

–Hay una casa –dijo examinando la postal –dígame, Teniente, una casa cerca de un parque… grande.

–No sabía decirle, señor Barret… necesito algo mas…

William acarició varias fotos del álbum donde aparecían los dos. El junto a un desconocido y su espalda se arqueó. La lluvia cesó y un relámpago de recuerdos recorrió su mente, mostrando una carpa, roja y azul, con un cartel enorme…

–Señor Barrett, ¿se encuentra bien?

–Si… si… una carpa… dígame, una casa cerca de un parque y una carpa…

–¿Roja y azul?

–¡Si!

–¡No cuelgue, por favor!

Blaithin ordenó que le fuera transferida la llamada a su móvil mientras corría con otros doce agentes de las fuerzas especiales hacia aquella casa característica de Darwin. Al llegar, entraron con un ariete y descubrieron, en el salón cuyas ventanas se encontraban tapiadas con maderas ocre, una decena de cuadros. Cuadros con caras de payasos tristes. Cada una igual a las dibujadas en las víctimas.

–Estamos en la casa, señor Barrett. Hay muchos cuadros con payasos pintados.

–Payasos tristes…

–Eso es. Pero hay algo más.

–Dígame… ¿está ahí?

–Si.

Blaithin se acercó al cuerpo de un hombre tumbado boca abajo, sobre el suelo del salón. Le giró la cabeza y juró haberle visto antes. En seguida recordó donde: era idéntico a la fotografía que le dieron en la comisaria. Igual que el señor Barrett con quien al teléfono hablaba.

–Mi teniente, la casa está a nombre de Wallace Barret.

«Dios mío» susurró Blaithin. Al otro lado de la línea solo se escuchó el silencio. El móvil de la Teniente recibió un último mensaje del señor Barrett. Se disculpaba. Decía que Wallace Barrett era su hermano gemelo. Confesó que se enteró aquella misma noche. Y dedujo que debió de comunicarse con él de alguna forma psíquica o espacio temporal… ambos guardaban un odio exacerbado por su padre pero cada uno lo expresó de una manera distinta.

La comunicación se cortó. El cadáver del señor William Barret se encontró en el salón de su casita de Port Mouth a la mañana siguiente. En la misma posición y orientación que guardó el cuerpo de Wallace Barrett… en Darwin, Australia.